martes, 23 de febrero de 2016

JORNADA 10: A GUDIÑA - CAMPOBECERROS (19/09/2015)

Cuando el hospitalero ha subido a despertarnos, sobre las 7 de la mañana, en el primer piso, que es donde están todas las camas, se ha encontrado con que ya estaban las luces encendidas y todo el mundo levantado. Esto se nos está yendo de las manos.
  
Me aseo y preparo la mochila con toda la tranquilidad del mundo, ya que la jornada de hoy es corta y tampoco es plan terminar a las 12 del mediodía. Aprovechando que iba sobrado de tiempo me he esmerado un poco más de lo habitual en el cuidado diario de los pies y de la ampolla del talón (alcohol de romero, yodo, gasas, esparadrapo, etc.). Normalmente, antes de salir me doy friegas en los pies con alcohol de romero y me protejo la ampolla con yodo y gasas y, al llegar, una vez duchado, vuelvo a darme friegas en los pies con alcohol de romero para relajarlos.
Soy el último en salir del albergue (ya se ha convertido en norma de la casa) y desayuno en el mismo bar que cené anoche (El Peregrino): café con leche y dos trozos de bizcocho, uno para desayunar y el otro para el camino ya que hasta Campobecerros, que es mi fin de jornada previsto, no encontraré tiendas, bares ni ningún tipo de servicio. La nada absoluta. Ayer empecé a entrar en contacto con la Galicia profunda, pero hoy me voy a sumergir de lleno en ella.
  
Hace un día espléndido, así que me propongo tomármelo con calma y disfrutar de la jornada.
  
En una plazoleta, en el mismo centro de A Gudiña, el Camino se divide en dos variantes: hacia la izquierda se va por la variante de Verín y hacia la derecha se sigue por la variante de Laza. Más adelante se juntan nuevamente las dos variantes, un poco antes de llegar a Ourense. Yo voy a seguir hacia la derecha, por la variante de Laza.
El camino transcurre carreteras locales que van por la cresta de la Serra Seca, permitiendo que el peregrino disfrute de unas vistas espectaculares.











 
Hoy me he cruzado con un total de 13 ciclistas, aunque más correcto sería decir que me han adelantado. En cierta forma, me han dado envidia. No por el hecho de ir en bici sino porque, cuando en 2011 pasé en bici por estos mismos caminos, hacía un día de perros con un viento huracanado que impedía avanzar y hacía muy difícil mantener el equilibrio sobre la bicicleta. ý ahora los veo pasar, tan tranquilos, con un cielo despejado y ni gota de viento... Lo dicho, envidia por lo que pudo haber sido y no fue.
El camino pasa por cuatro aldeas (no sé si existe una unidad de medida inferior  para denominar cuatro casas pero, si existe, podría aplicarse perfectamente): Venda do Espiño, Venda da Teresa, Venda da Capela y Venda da Bolaño. Yo creo que entre las cuatro no llegan a 50 habitantes.





A la altura de Venda da Teresa, se empieza a disfrutar de las impresionantes vistas del Embalse de As Portas, un embalse enorme, larguísimo y muy, muy bonito.






Por dos veces el camino abandona el asfalto y es para hacer dos fuertes subidas, aunque cortas.



A falta de unos 2 kilómetros para llegar a Campobecerros se abandona el asfalto otra vez para afrontar una de las bajadas más difíciles y peligrosas de este camino. En 1,5 kilómetros se baja un desnivel de 195 metros por un camino con mucha pendiente, lleno de rocas de pizarra y de muchísimos trozos, pequeños y grandes, que se van desprendiendo de las mismas. Aunque estés con mil ojos, hay que ir con mucho cuidado para no resbalar porque te puedes hacer mucho daño y echar a perder tu camino. No quiero pensar como debe ser esta bajada si está lloviendo, debe ser alucinante.








Las obras del AVE han destrozado la zona aunque, indudablemente, han dado vida a la pensión (siempre está completa por los trabajadores de las obras) y a los bares del pueblo. Pan para hoy y hambre para mañana. 



A lo largo de la mañana he adelantado a la pareja belga y, luego, a la encantadora pareja francesa, así que he llegado el primero al Albergue da Rosario. El albergue es nuevo y está muy bien.




He tomado posesión de la cama que más me ha gustado (ventajas de llegar el primero), he dejado la mochila y me he ido zumbando al Bar da Rosario a comer algo. Ésta es una de las visitas que esperaba con más ganas ya que, cuando también paramos aquí en 2011, nos dejó un recuerdo imborrable.



Las expectativas que tenía puestas en la comida se cumplieron sobradamente: Embutidos variados y empanada gallega, caldo gallego, un tomate enorme cortado a rodajas y carne estofada de ternera con champiñones, zanahoria, patatas fritas y un pimiento frito. Por supuesto, todo de su propia huerta. Estaba que no podía más y va Rosario y me pregunta si quiero ¡unos huevos fritos! A la hora de pagar me ha dicho que ya se lo pagaré por la noche; esto es otro mundo, desde luego.



Después de semejante panzada he vuelto al albergue a echar una siesta y, luego, una buena ducha. Con la ducha he descubierto que la ampolla que venía arrastrando desde Tábara se ha reventado sola. Buena noticia.

Cuando salí de la ducha me encontré con la pareja francesa que acababa de llegar. Me alegré un montón, no por el hecho de no estar solo sino porque me caen muy bien. Son mayores y van a su ritmo, sin prisas, como debe ser.
Estaba inquieto porque no había podido contactar con la familia, ya que mi móvil no tenía cobertura. Suponía que les preocuparía no tener noticias mías a estas horas. Le pregunté a unos chicos por el tema de la cobertura y me dijeron que allí solo funciona Movistar. Para las demás operadoras me dijeron que, a veces, carretera arriba se encontraba cobertura. Ya me tienes a mí, como un gilipollas andando por la carretera (con una cuesta arriba bastante empinada, claro), buscando cobertura. A los 3 kilómetros desistí del intento y dí marcha atrás, derrotado e incomunicado. Por fin alguien me dijo que había un teléfono de monedas en la pensión (ya podían habérmelo dicho antes) y, por fin, pude llamar a casa, tranquilizarlos y contarles lo que pasaba.
Después de hablar con la familia y pasear por el pueblo, volví al albergue y me puse a hacer la colada y mientras esperaba que la ropa tendida secara (y porque no había nada más que hacer) me dediqué a tomar el sol en la terraza.














Casi a la hora de ir a cenar apareció la pareja belga ¡ya éramos 5 en el albergue!
Convencí a la pareja francesa para que vinieran conmigo a cenar al Bar da Rosario. La cena fue algo similar a la comida: platos y más platos. Yo solo había pedido huevos fritos con patatas, pero Rosario iba sacando platos "ahora probad ésto" y platos... Los franceses alucinaban con la cena, por la cantidad y por lo buena que estaba. No hacían más que repetir entre ellos: "de maison, de maison", dando entender que se trataba de cocina casera auténtica.
A la hora de pagar, me cobró 14 euros por la comida, la cena y unas cuantas cervezas que me tomé. Lo dicho, es otro mundo.
Cuando llegamos al albergue eran la 9 de la noche pero, como estaba ya todo hecho, nos metimos en el saco y ¡a dormir, que mañana será otro día...con cobertura!
En el albergue de Tábara localicé en mi cuerpo una serie de picaduras que yo, influido por las leyendas del camino, atribuí a picaduras de chinches en Granja de Moreruela, pero como que ni me picaban ni me molestaban, me olvidé de ellas. En A Gudiña, cuando fui a la farmacia, aproveché para compar una especie de roll-on para las picaduras de insectos, que no servía absolutamente para nada. A medida que avanzaba la tarde empezaron a agudizarse los picores y, por la noche, fue un calvario. Me harté de untarme alcohol de romero a las picaduras y, la verdad, notaba un poco de alivio. Estaba claro que el objetivo del día siguiente era encontar una farmacia como fuera y comprar algo que sirviera de verdad.

RESUMEN DE LA JORNADA
  
Distancia recorrida: 20,9 kilómetros.
  
Altitud máxima: 1132 metros
  
Altitud mínima: 890 metros

Ascenso acumulado: 376 metros

Descenso acumulado: 458 metros
  
Velocidad media: 4,1 km/h



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