miércoles, 21 de octubre de 2015

JORNADA 6: RIONEGRO DEL PUENTE - ASTURIANOS (15/09/2015)

El despertador sonó, como siempre, a las 7:15 y, una vez listo, me fui a desayunar al Bar Palacio. Esta vez fui el primero en salir del albergue, aunque los otros tres compañeros estaban esperando el taxi que los devolviera a Mombuey, así que no tiene demasiado mérito porque, en realidad, estaba solo para iniciar la jornada. El desayuno fue bueno y abundante, una buena manera de empezar el día.

El día amaneció frío y bastante nublado pero, a pesar de eso, el dueño del bar me dijo (sin que yo le preguntara, que conste, que ya estaba escarmentado con este tema) que no creía que fuera a llover de momento. Como no podía ser de otro modo, se cumplió inexorablemente la Ley del Murphy peregrino y empezó a llover nada más salir del pueblo. 


No llevaba andando ni 500 metros cuando tuve que parar bajo un árbol a ponerme el equipo de agua al completo. 

El Camino transcurre paralelo a la autopista y a la carretera nacional y, a lo largo de la jornada, se pasa tres veces por puentes sobre la autopista y una vez sobre las vías del AVE. Ha sido la jornada de los puentes.

Este Camino es bastante solitario, pero andando solo y lloviendo es el colmo de la soledad. No es que me queje por ello, al contrario, para mí era todo un placer. 



Hasta Mombuey, que está a unos 9 kilómetros, estuvo lloviendo de una manera tolerable, no demasiado intensamente e, incluso, en algunos momentos paraba de llover.


Aprovechando que Mombuey es un pueblo grande y bien equipado en cuanto a servicios, paré en una ferretería a comprar unos pantalones de agua porque las nubes cada vez tenían peor pinta y la cosa solo podía empeorar.

También paré en un bar a tomarme un café con leche para calentar un poco el cuerpo y, de paso, comprar un bocadillo para más adelante porque, según las guías, los pueblos que venían a continuación no tenían bares ni ningún tipo de servicio y, ya puestos, también paré en la farmacia para comprar esparadrapo y gasas para tratarme la ampolla del talón, que me seguía molestando bastante, y algo para amortiguar el picor de las picaduras que iba en aumento.

La iglesia románica de Nuestra Señora de la Asunción, en Mombuey, es destacada en las guías por su torre de claro aspecto defensivo. Claro aspecto fálico, diría yo (la soledad, a veces, despierta la imaginación).


A partir de Mombuey empezó a llover intensamente, suerte de los pantalones de agua recién comprados. A pesar de la fuerte lluvia, aún no se había formado demasiado barro y se podía andar más o menos bien.

Poco después de la salida de Mombuey, justo delante de mí, cruzó un zorro corriendo. Creo que era un zorro. A mí me lo pareció, al menos.

Como comprenderéis, en este tramo hice muy poquitas fotos porque cada foto costaba un  trabajo de chinos: buscar el móvil que estaba metido debajo del traje de agua, sacarlo, buscar las gafas, sacarlas, enfocar y hacer la foto, todo esto procurando que la lluvia no mojara el móvil. En vista de lo complicado del sistema, decidí hacer las fotos sin ponerme las gafas, cosa que luego me pasaría factura, al perderme una de las cosas más bonitas del Camino.





La lluvia se mantenía firme y a mí no me quedó más remedio que mantenerme firme también y seguir andando bajo la lluvia, como un Gene Kelly peregrino (waaalking in the rain, I'm waaalking in the raaaiiin...). 

Tenía previsto comerme el bocadillo en cuanto encontrara un porche, un cobertizo o algún sitio donde poder resguardarme de la lluvia mientras comía, pero resultó bastante más complicado de lo que esperaba. Pasé por Valdemerilla y por Cernadilla y nada, ni un alma ni ningún sitio donde resguardarme. Tuve que andar unos 10 kilómetros bajo una lluvia intensa hasta llegar a San Salvador de Palazuelo, donde tampoco había un alma, y poder resguardarme en el pórtico de la iglesia para comerme el ansiado bocadillo.



San Salvador de Palazuelo tiene un pequeño albergue de 4 plazas y era mi final de jornada previsto para hoy. Me lo estuve pensando y, ante la falta de servicios del pueblo y la que estaba cayendo, pensé que valía la pena seguir un poco más, hasta Asturianos, para poder tener, al menos, una cena y un desayuno decentes.

Los 6 kilómetros que quedaban hasta Asturianos se hicieron muy duros. Después de más de 20 kilómetros de lluvia y barro, empezaba a estar cansado y dos cuestas muy empinadas, aunque no demasiado largas, me dejaron para el arrastre.

Estaba lloviendo torrencialmente y había mucho barro que, además, resbalaba bastante y se hacía muy complicado andar por el camino. Por todo esto no pude disfrutar como corresponde de la belleza del camino en este tramo. Otra vez será.

En este tramo solo hice una foto y, al hacerla sin gafas, me perdí una de las maravillas de la naturaleza en esta zona: un corzo en mitad del camino. Desgraciadamente no lo vi, la lluvia y la poca visibilidad me lo impidieron. Me di cuenta al llegar a casa, repasar las fotos que había pasado al ordenador y, al ampliarla, allí estaba. En fin, una pifia imperdonable.


Cuando llegué a Asturianos llovía a mares y, para variar, el albergue está en las afueras del pueblo, en la parte más alta, en el Polideportivo. El entorno del albergue es muy bonito, lástima del diluvio que me impidió disfrutarlo debidamente.


En el albergue solo éramos dos: Elena, una chica de Salamanca que iba en bici y yo. El albergue está muy bien, es moderno y, menos cocina, tiene de todo. La hospitalera es la misma que lleva el bar del Polideportivo y nos atendió muy bien. 

Lo primero que hice fue poner a secar el equipo de lluvia en un tendedero en el interior del albergue y, a continuación, puse papel de periódico en el interior de las zapatillas para que absorbiera la humedad. Con todo el agua que cayó, no puedo quejarme de las zapatillas, resistieron muy bien tanta lluvia pero, al llegar al albergue, estaban un poco húmedas por dentro. 

Una vez en el albergue me informaron que, durante toda la jornada, había estado disfrutando de la primera ciclogénesis explosiva de la temporada 2015. Ya decía yo que tanta lluvia no era normal.

A la hora que acordamos, la hospitalera nos tenía la cena preparada y, después de un duro día de camino, me la comí con todas las ganas del mundo. También aprovechamos para comprar algo para desayunar ya que el bar estaba cerrado por las mañanas. La cena fue copiosa, tanto que no pude terminarme dos rodajas de lomo y la hospitalera, muy amable, se ofreció a hacerme un bocata de lomo para el día siguiente y así aprovechar los restos de la cena. Por supuesto, le dije que sí encantado.

Uno de los servicios que el albergue ofrece al peregrino es el alquiler de edredones. Por un euro tienes a tu disposición un estupendo edredón para pasar la noche. La noche era fría, así que no tuve ninguna duda y alquilé un hermoso edredón para pasar la noche.

En la cama calentito, cubierto con el edredón y oyendo cómo llovía a mares, no se puede pedir más.

Estuvo diluviando toda la tarde y toda la noche, hasta las 6 de la mañana que, por fin, paró de llover.

RESUMEN DE LA JORNADA

Distancia recorrida: 27,2 kilómetros.

Altitud máxima: 992 metros.

Altitud mínima: 823 metros.

Ascenso acumulado: 420 metros.

Descenso acumulado: 257 metros.

Velocidad media: 3,6 km/h.








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