viernes, 14 de enero de 2011

EL DÍA ANTERIOR (8 de agosto de 2005)

Los cuatro temerarios aspirantes a peregrino: Malen, Joaquín, Sera y Tomeu, salimos de Palma en avión a las 13:25 horas. Un avión de Air Nostrum, pequeñito y turbohélice para rematar la faena, aunque, a pesar de todo, conseguimos aterrizar en el aeropuerto de Pamplona sobre las 15:00 horas. En este trayecto surgió el primer problema de la expedición: Malen, que ya venia quejándose del estómago, se mareó durante el vuelo y llegó fatal al aeropuerto… y potando, como no podía ser menos.

Superado este primer contratiempo, cogimos un taxi y ¡hacia Pamplona, que allí falta gente! Lo primero que hicimos fue dejar las cosas en el hotel que previamente habíamos reservado (Apartamentos Acella, que resultó cutre y caro pues salimos a 52 por habitación y noche) y luego, corriendo a comer en cualquier sitio porque, a esas horas, no es cuestión de andar eligiendo y en todos los sitios serios ya habían cerrado la cocina, así que acabamos en Pan’s & Company, que no está precisamente en la lista de los lugares preferidos de Sera (sibarita que es el chico).

Luego, ir a la estación de autobuses a confirmar los horarios y comprobar la ubicación del autobús para ir a Roncesvalles el día siguiente, y acto seguido, a recoger las bicicletas a la empresa de transportes, en un polígono en las afueras de Pamplona, a ver si se confirmaban las buenas noticias recibidas sobre su llegada en buen estado.

Recogidas las bicis en buen estado, nos vamos montados en ellas hasta el hotel (para ir haciendo boca a las bicis, que los peregrinos están en plena forma) donde las dejamos a buen recaudo a la espera del gran día. Hubo allí una pequeña pájara de Malen, pero es que en Pamplona cuando ponen una cuesta, ¡cuesta! y, por fin, los pre-peregrinos pueden darse una vueltecita por la ciudad, que merecido lo tienen.

Ayuntamiento de Pamplona

Después de tan apretado plan de actividades, apenas si queda la tarde-noche para lo que debería haber sido todo un día de relax, previo al inicio de las hostilidades. De todas formas se procura aprovechar el tiempo disponible; vuelta al ruedo, digo a la ciudad, tirando algunas fotos para acreditar nuestra condición de turistas y ronda de pintxos para la cena.

Sobre el particular, destacar la irregularidad del menú porque, aunque dimos con la zona apropiada, la falta de información sobre lugares concretos se puso en evidencia, acertando más en unos sitios que en otros e incluso, en el sitio bueno, acertar con el pintxo adecuado también es cosa de ruleta rusa. A destacar que un sitio llamado OTANOdejó buen sabor de boca (buenos pintxos, buen tamaño y buen precio). Después de eso, cansados antes de empezar, era cuestión de irse a dormir y eso hicimos, que al día siguiente tocaba madrugar.



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