miércoles, 28 de septiembre de 2011

NOVENA JORNADA (17-09-2011): RIONEGRO DEL PUENTE – LUBIÁN (67,87 Km.)

Debido a la fiesta del día anterior, la hospitalera autorizó la salida del albergue a las 8:30. En general, la gente durmió poco y mal. El único consuelo es que uno de los grupos que actuó tocaba bastante bien.

Una pena no poder quedarse a la fiesta. La hospitalera nos dijo que tenían una imagen gigantesca de un pulpo que, en años anteriores, sacaban en procesión por el pueblo durante las fiestas. ¡Qué frikis!

La mañana era fría (¡¡¡bieeen!!!), así que estrenamos ropa de abrigo. 




Como, en general, se había dormido poco y mal, decidimos ir hasta Puebla de Sanabria por la nacional. Son 40 Km de subida continua y constante ¡qué le vamos a hacer!


No habíamos podido desayunar en Rionegro, pues estaba todo cerrado, así que decidimos hacerlo en el primer pueblo que encontráramos, en este caso Mombuey. Un poco antes de la entrada del pueblo, en un hotelito que hay junto a una gasolinera, Joan paró para atender una necesidad ineludible y, aprovechando la coyuntura, decidimos desayunar allí.

Una vez dentro, nos dimos cuenta de que aquello era algo extraño, por el sitio y por el tipo de gente que había. Decidimos que se trataba de una especie de puticlub encubierto. Igual eran paranoias nuestras, pero en el aseo de hombres tenían la máquina expendedora de preservativos más grande que he visto en mi vida. Malen y Sera pidieron colacao y té respectivamente, y Joan y yo pedimos sendos cafés con leche. Al ir a recogerlos a la barra vemos que nos han puesto dos cortados. Les dijimos que lo que habíamos pedido eran cafés con leche y la chica de la barra nos contestó que allí, los cafés con leche se hacían así. ¡Cosas veredes, amigo Sancho!

Seguimos pedaleando y, en Asturianos, pasamos junto a una curiosa fuente en forma de cubo. Foto y a seguir dando pedales.


Por fin llegamos a Puebla de Sanabria. Para los que no lo conozcáis, la ciudad está dividida en dos partes separadas por el río Tera. El casco antiguo, que es la parte más bonita, se encuentra al otro lado del río, en un alto donde un bonito castillo es el emblema de la ciudad.



Dejamos aparcadas las bicicletas en la parte baja de la ciudad, cerca del río. No sé cuántos candados les pusimos (todos los que llevábamos, que eran un montón), pero nos fuimos bastante tranquilos a visitar la ciudad.


Cruzamos el río y subimos unas interminables escaleras para llegar al castillo y empezar nuestra visita turística.




Estuvimos visitando el casco antiguo, haciendo fotos y disfrutando del entorno. Aprovechamos para comer en un pequeño hotel del centro, un menú bueno y barato. Otra vez, un acierto. La visita a Puebla de Sanabria fue un acierto total, es una ciudad (o pueblo, no lo sé) impresionante. Nos dejó a todos enamorados.








Después de comer, nos vimos obligados a reposar la comida, así que nos echamos una señora siesta en en césped, a la orilla del río. Hacía sol y había pocas sombras, pero nos daba igual, el cuerpo pedía siesta.




A eso de las 16:30 nos pusimos otra vez en marcha. Hasta Requejo son 12 ó 13 km con una subida con la que no contábamos. Paramos en Requejo a comprar fruta, comerla y a prepararnos mentalmente para la subida al temible Padornelo. La subida fue por carretera porque nos lo habían aconsejado así y, sobre ella, sólo diré dos cosas: es larga, muy larga, y dura, muy dura. Son 8 kilómetros desde Requejo, pero parecen 20. Puede que la hora en que la hicimos también contara negativamente, pues ya llevábamos bastantes kilómetros este día y tampoco es que hubieran sido fáciles, precisamente.


Sabíamos que al final de la subida hay que pasar por un túnel, pero el dichoso túnel no llega nunca, así que a seguir subiendo. Llevábamos tiempo pensando que ya estábamos llegando, cuando nos adelantó un bicigrino a toda velocidad (o nosotros subíamos despacio, que también puede ser) y, un poquito después...¡el túnel! Encendimos las luces delanteras y traseras de las bicis (Joan y yo, en vez de luces, nos pusimos la linterna de minero en la cabeza) y fuimos directos a por el túnel. Queríamos hacernos una foto en el panel que pone “Alto del Padornelo, 1345 metros” pero no lo encontramos.




A continuación viene una larga y divertida bajada hasta Lubián. No voy a decir que compense la subida, pero hace que duela menos. Una vez en Lubián, directos al albergue.


En el albergue tuvimos dos sorpresas, una agradable y la otra desagradable. La agradable es que nos encontramos con el bicigrino que nos había adelantado subiendo el Padornelo. Se llama Javier y es de Madrid-Zamora, y es un tío encantador. Pintor y fotógrafo, va con una super cámara y su trípode y tenía un interés especial en los lobos, de los que Lubián es tierra madre. La sorpresa desagradable fueron cinco ingleses que, con todo el morro del mundo ocuparon las camas de arriba y de abajo de cinco literas y se fueron por ahí a ver mundo. Ya nos tienes a nosotros sin saber qué cama coger, si quedaban camas libres o no, si podíamos ducharnos o no, etc. 

Fuimos al supermercado del pueblo (por llamarle algo) a comprar la cena y el desayuno y Malen tuvo que quedarse a esperar a los jetagrinos para ver qué camas quedaban libres y dónde podíamos ubicarnos. Esto es algo que, a partir de Lubián nos hemos ido encontrando a menudo. Algunos peregrinos ocupan las dos literas para que no se les coloque nadie en la de arriba. Caridad cristiana creo que se llama la figura.

El dueño del supermercado resultó ser un experto en lobos y nos dió una clase magistral sobre ellos. Me llamó la atención que, a pesar de contarnos las tropelías que hace, hablaba de ellos con cariño, como aceptándolos como una parte más de la naturaleza que hay que cuidar y proteger. Salimos encantados del trato recibido, aunque nos timó con unas mandarinas argentinas que nos vendió como exquisitas y eran horrorosas.

Cuando volvimos al albergue, Malen ya había aclarado el tema. Un sorry y, por parte inglesa, asunto arreglado. Resultó que todas las camas de arriba estaban libres. Escogimos litera y bajamos a ver al hospitalero que había anunciado su visita para las 20:30. Sellamos, pagamos y charlamos con él. Un tipo encantador. Estaba el hombre cansado de esperar que aparecieran los ingleses y le dijimos que subiera a por ellos, que estaban en el piso de arriba, metidos en la cama. Otro sorry y a pagar. Esta vez no les salió bien el intento de dormir por el morro. Lo dicho, jetagrinos.

No habíamos podido ducharnos, ya que no sabíamos si había sitio o no, así que nos duchamos tarde, cuando los ingleses ya dormían. Por mi parte, y sé que no es muy cristiano, pero tampoco me preocupa mucho, hice todo el ruido que pude. Es una niñería, pero me quedé a gusto.

Aparte de los ingleses y de Javier, había tres peregrinos más. Dos eran encantadores y el otro, un gilipollas que se creía gracioso y que terminamos ignorando.

Cenamos sandwiches de jamón york y queso, charlando agradablemente con Javier y los dos peregrinos normales. Después de la cena, a asearse y a dormir. Como se nos había hecho tarde, al acostarnos tuvimos que despertar a los ingleses otra vez. ¡Qué pena!

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